La niña que veía mucha televisión


Mi papá dice que soy una niña muy bonita, pero lo dice para que me ponga alegre. A mí no me gustan mis ojos cafés, ni mis pestañas flaquitas, ni la manera en que él me peina, porque me veo como un pescado. Yo quiero que santaclós me dé unos ojos azules como los de mi gato, Alejandro, y tener el cabello rojo, igual a la muchacha que vive en la casa de arriba. Yo no sé por qué… a mí los niños se me hacen feos, pero quiero que me digan que estoy bonita. Y ninguno me ha dicho. Yo me imagino que estoy horrible. Me da coraje porque yo nunca he hecho nada malo. Por eso rayé con una crayola negra todas las fotos donde yo estaba, y escondí mi espejo en la caja de arena de Alejandro. Estoy muy cansada. Ya no voy a ir a la escuela hasta que mi cara sea como yo la quiero: como la muchacha de arriba o como la del comercial del champú. 

Comprar la felicidad por centímetros


Después de dos años de trabajo honesto, recaudó la cantidad suficiente para comprar un carro o aumentarse el busto. Reflexionó días y noches, como una Hamlet de la generación Master Card, hasta que su sabiduría práctica la inclinó hacia la segunda opción, pues de elegir el carro, sus pechos seguirían  como dos piquetes de zancudo, y así ni chiste tendría subir de estatus; mientras que unos pechos majestuosos atraerían la admiración por sí mismos, y con ellos podría conseguir carro,  departamento, o lo que fuera, no habría límites para una copa 34d.