El humor negro y los buenos maestros


Una maestra argentina me pidió que pasara al pizarrón y escribiera un enunciado con el adverbio relativo «cuando». Yo tenía catorce años, acababa de entrar a la preparatoria y, tal como mis otros cuarenta compañeros, estaba muy aburrido, así que escribí lo primero que se me ocurrió, sin meditar mucho en las consecuencias:


«El niño corría cuando tenía piernas».

Mis compañeros se rieron y yo me dispuse al sermón o el exilio. Lo insólito fue que la maestra celebró mi broma y dedicó el resto de la clase a explicarnos el concepto de humor negro, con ejemplos mucho más ingeniosos que mi incipiente cinismo juvenil.

Nunca antes, ni mis compañeros ni yo, atendimos la clase con una curiosidad tan viva. La maestra transmutó una somnífera clase de gramática en una exquisita charla sobre el humor negro y convirtió mi bufonería en un acto de heroicidad.

Gracias a ella aprendí dos grandes lecciones, que no guardan relación con la gramática: 1- que las personas inteligentes se conducen con ideas y criterios propios, por lo tanto, son impredecibles; 2- que un buen maestro no depende de un programa escolar, es más, se podría decir que le estorba.