Oda a la grasa




Prefiere estar sentado, no sólo porque es más cómodo, sino porque así nadie se fija que tiene las piernas demasiado cortas para ese torso, además de que son anchas de arriba y estrechas de abajo, y lo hacen parecer un cono de helado o un cerdo. Por cierto, ni el helado ni el cerdo son enemigos de su dieta, pero no soporta que nadie lo cuestione en ese tema, es casi un patriota de la grasa, cuando alguien le quiere dar clases de nutrición es capaz de amarrarse a una bandera de McDonald’s y lanzarse del Empire Building para defender su derecho a ganarse el placer de cada día, sin ningún tipo de restricción. 

Seguido recuerda aquel chiste del señor que va con el doctor a preguntarle cómo vivir cien años. El doctor lo interroga: ¿fuma?, ¿toma?, ¿se droga?, ¿consume grasas saturadas?, y el paciente siempre responde que no. Entonces el doctor, irritado, le pregunta, ¡¿para qué chingados quiere vivir cien años?! Y siempre que rememora el chiste, no sólo ríe complacido y olvida las burlas, sino que se siente justificado, ese chiste es su apotegma de cabecera, su filosofía de drive thru, su invitación a vivir sin tacañerías y regalarse todos los placeres que pueda, convencido de que el día que lo alcance la muerte, la gente lo admirará porque él sí supo vivir.