Tercera ley de óptica

Desde el primer instante que la vio, a cincuenta metros de distancia, supo que esa era la mujer de su vida; a la mitad del camino juzgó que un noviazgo pasajero sería suficiente; quince metros después ya sólo quería un acostón y con las luces apagadas; pero al llegar a tres pasos de ella, desvió su camino con el rostro desfigurado del asco, y optó por volver al punto inicial.

Sueños a plazo fijo o variable

Hubo una vez un lugar donde soñar sí tenía un precio y los costos variaban según la magnitud de su producción: un sueño local era mucho más económico que uno trasatlántico, uno con muchos personajes, persecuciones de autos o edificios en llamas, elevaba el costo de manera escandalosa, y muy pocos podían pagarse uno con personajes famosos. 

Algunas instituciones bancarias ofrecieron planes de financiamiento para que los pobres pudieran gozar aunque sea un buen sueño en su vida, siempre y cuando se comprometieran a pagar en plazos que oscilaban entre veinticuatro y ochocientos meses.

El problema vino cuando ya no pudieron pagar, porque no tenían nada que ofrecerle a los bancos, en ninguno de los mundos conocidos. Un dirigente anónimo tuvo la idea de embargarles sus recuerdos y la mayoría lo perdió todo. El mundo se volvió un lugar donde las personas, como los animales, vivían en un eterno presente. Nadie sentía nostalgia, nadie hacía planes, nadie tenía vida mental ni emocional y lo peor, nadie trabajaba, ni veía la tele, ni compraba cosméticos. 

Las corporaciones se preocuparon y dieron marcha atrás: iniciaron los desbloqueos oníricos para que las imágenes inconscientes traficaran en libertad y gracias a ese acto de profunda humanidad, el orden se restableció, y los sueños volvieron a ser de quien los trabajaba; las corporaciones, sencillamente, produjeron sueños colectivos, relacionados con verse mejor, llegar más alto, pisar más fuerte, orinar más lejos, para abastecer a quien no se bastara con los suyos.

El marxista de corbata Bijan




Tiene cuatro mil empleados a su cargo, trabajando por el mínimo, sin seguro médico, vacaciones, ni derecho a generar antigüedad. Él, en cambio, trabaja sólo por las mañanas, semana inglesa, tiene siete carros, vive en tres países, le gusta esquiar con su familia en Aspen o apostar en Montecarlo dos o tres veces por año, juega tenis, criquet, golf, hace comidas de cuatro tiempos, con vinos franceses y lleva cada mes a su perro, Marx, con un estilista profesional, que cobra más de lo que ganan sus empleados por semana, por limarle las uñas y cortarle las puntas del cabello. Lo más curioso es que en las discusiones siempre está del lado del proletario, hasta se pone gritón cuando intentan disuadirlo, admira a Lao-Tsé y cita de memoria El manifiesto comunista. Nadie tiene la camiseta roja más puesta que él, y de veras, de corazón, cree en los pobres.

Decálogo del lector respetable


  1. Si quieres que te respeten como lector, debes estar dispuesto a descalificar algunos de los autores más respetados: te podrán acusar de ignorante, pero nadie negará que eres exigente.
  2. Si no sabes cómo hablar mal de un libro, usa algunas de estas etiquetas, útiles para toda ocasión: “es muy inverosímil”, “está lleno de lugares comunes”, “los personajes parecen de cartón”, “así no habla un lavacarros”, “yo le quitaría trescientas páginas”, “si lees el primer cuento, ya leíste toda la obra”.
  3. Los libros de superación personal no ofrecen consejos prácticos sobre como sobrellevar el escarnio público de confesar que lees libros de superación personal.
  4. Si refieren una gran obra literaria, nunca confieses que no la has leído; tienes muchas opciones: a) decir que la leíste hace muchos años; b) mencionar que te recuerda a otro autor que sí leíste y cambiar la conversación; c) disculparte porque tienes una cita y ya vas tarde.
  5. Cuando escuches que en una obra es más importante “lo que no se dice”, puedes cerrar el libro con la tranquilidad de que estás eligiendo la mejor parte de la obra.
  6. La expresión “estaba leyendo…” tiene su encanto cuando refieres obras menores; para clásicos como “El Quijote”, “Los miserables” o “La Divina Comedia”, la regla es decir “estaba releyendo”.
  7. La técnica más eficaz para exponer un libro en clase, sin leerlo, es pedirle a un lector que te lo platique y extenderte en los detalles más mínimos con comentarios propios o robados. Asegúrate de que tu asesor no haya usado la misma técnica.
  8. Si te has hecho una reputación de lector, sin leer un solo libro, haz ahorrado muchísimo tiempo; pero si no quieres sufrir la vergüenza de la “culta dama”, al menos invierte tres segundos para leer “El dinosaurio”.
  9. Entre literatos, nunca confieses que eres fan de libros, como Crepúsculo, Ghostgirl, Entrevista con el vampiro, El monje que vendió su Ferrari; no importa lo que digan en el momento, se burlarán a tus espaldas.   a) Si preguntan tu opinión sobre uno de estos títulos, di que lo leíste en Sanborn´s, mientras esperabas a una amiga, y expresa enérgicamente lo contrario a tu opinión real: “es una máquina de bostezos”, “no dice nada que no supiera antes de abrirlo”, “que tonto el que compre una playera de él”.
  10. Si te gusta leer solapas y contraportadas, pero no el contenido de los libros; nunca podrás decirte lector, pero, no todo está perdido, puedes ser un crítico literario.