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Sociedad de lobos


Me gustó la última película Scorsese, The Wolf of Wall Street. Es una película con el ya conocido estilo de Scorsese: narrador en off, sexo, drogas, dinero, poder; narración ágil, edición elíptica, música popular armoniosamente unida a la narración, mucho conflicto, drama, buenas actuaciones. El final me parece memorable, con la toma de los asistentes a una charla del famoso corredor de bolsa, en actitud de aprendizaje, con los rostros llenos de ambición, son los lobos en potencia: un retrato del mundo, concupiscente, voraz.

Tu soundtrack



Una forma más original de hacer una autobiografía sería antologar las percepciones de uno solo de tus cinco sentidos. En lugar de escribir un libro con cientos de páginas que contara todas las peripecias de tu vida, podrías grabar un disco, una especie de soundtrack autobiográfico, que compendiara las canciones elegidas por tu memoria para representar un momento significativo. Gracias a las huellas mnémicas de la música, viajarías en el tiempo y el espacio: escucharías las voces de amigos que ya no recordabas, volverías a sentir la emoción de esos viejos amores, regresarían aquellas imágenes del barrio y la ciudad que se fueron remodelando hasta desaparecer, en suma, verías pasar tu vida durante algunos minutos. Lo mejor de todo es que ese soundtrack sería como un código ultrasecreto: sólo tú serías capaz de descifrar las emociones ocultas en él. Como prueba de mi confianza en ese encriptamiento, yo mismo contaré aventuras, viajes, amores, cifrados en unas cuantas canciones, sin miedo a que caiga en manos del CISEN, Scotland Yard o la CIA. La lista es algo heterodoxa, pero, la vida también lo es: “Alley Cat”, Bent Fabric (la canción de los helados); “Girl”, The Beatles; “High and Dry (acoustic)” Radiohead; “Look at me”, John Lennon; “Óleo de una mujer con sombrero”, Silvio Rodríguez; “Aquellas pequeñas cosas”, Joan Manuel Serrat; “Capricho 24” Niccolo Paganini; “Like a Rolling Stone”, Bob Dylan; “Antenas al porvenir”, David Aguilar. “Run of the Mill”, George Harrison, "La carta", Violeta Parra; "Love Street", The Doors; "Como un gorrión", Joan Manuel Serrat, "Piggies", The Beatles"...

Para crear tu propio soundtrack, de acuerdo con mi propuesta, te invito a seguir estos cuatro sencillo pasos:
1.      Si tu vida fuera una película, piensa en los diez o quince momentos que la representarían. Si quieres que sea una película tipo Walt Disney, elige sólo canciones relacionadas con los momentos buenos; si quieres que haya tensión, incluye momentos penosos; si prefieres un relato erótico… en fin, supongo que se entiende la idea.
2.      Piensa en qué canción te recuerda más a cada uno de esos momentos. Es muy importante no elegir las que más te gustan, sino las que te recuerdan más a ese momento. Esto puede dar como resultado un soundtrack donde se combina una canción del piporro con una de Pink Floyd, pero no te angusties: es una antología mnémica, no estética.
3.      Graba un disco con esas canciones, de la más antigua a la más nueva. Si te gusta más lo experimental puedes probar con otras estructuras narrativas: in extrema res (de fin a principio), in media res (tipo Forest Gump), o fractal (es decir, pon el random).
4.      Apártate, ve a un lugar cómodo, ponte unos audífonos y pícale al play.



Nota publicada en La canica

Cine que sí cuenta



Distingo dos enfoques entre los mejores directores: los que defienden la autonomía del cine, con respecto a la literatura y consideran la historia un mero pretexto para prodigar recursos audiovisuales; y aquellos que conciben el cine como el arte de contar una historia utilizando los vívidos recursos del séptimo arte. Para la primera lista, pienso en Greenaway, Kurosawa, Godard; en la segunda, destacaría a Charles Chaplin, Woody Allen, Polanski.
            De entre las muchas películas que ha escrito o coescrito, Roman Polanski, una de mis preferidas es, Bitter Moon. Lo que hallo más interesante es que recorre en, poco más de dos horas, todo el espectro de sentimientos y emociones, positivas y negativas, relacionadas con el amor, desde la magia inicial y los primeros destellos de una relación, hasta el aburrimiento, el hastío y la franca brutalidad. No recuerdo otra película que logre esa progresión psicológica y emocional de una manera tan espléndida como esta obra, ejemplo maravilloso de cómo contar una historia con cámaras y micrófonos, de cómo hacer cine literario.

Tarantino y el esnobismo


Se supone, según he escuchado y leído, que Django Unchained es un tributo a los spaghetti western y tengo la impresión de que los entusiastas de Tarantino usan dicha referencia como un chaleco antibalas. Cualquier intento de subversión contra el credo tarantinesco es, al instante, reprimido con palabras como “tributo”, “parodia”, “referencia”, y se espera que uno piense “carajo, ahora lo entiendo todo: el problema era mi ignorancia”. Esa defensa me suena a esnobismo.
Tomar una forma conocida o una referencia es un recurso, no un logro en sí. El arte sería facilísimo si sólo se tratara de tributar y parodiar. Bastaría tomar algo de Fellini o Bergman para ser un cineasta de genio. Para juzgar la obra hay que analizar el resultado de ese préstamo.
Una falta cada vez más visible en las películas de Tarantino, es que son predecibles. La fórmula es muy transparente: historias sobre odio y venganza, contadas con un mismo esquema que se repite cada diez o quince minutos, con mínimas variaciones: monólogo o diálogo larguísimo, sobre un tema trivial o absurdo, rematado con una escena de violencia extrema.
Django Unchained es una antología recomendable para ver los peores vicios de Tarantino: el protagonista, Django, es un personaje insulso, sin mayor psicología; el argumento no tiene ni matices ni misterios; el ritmo narrativo es muy deficiente: la película parece terminar al menos media hora antes; y claro, abundan los chistes fáciles salpicados de sangre: pero no de ese humor negro, inteligente, profundo, que mueve a la reflexión; sino una versión hollywoodense, vacía, carnavalesca, que al parodiar termina convirtiéndose en lo parodiado.

Decálogo del lector respetable


  1. Si quieres que te respeten como lector, debes estar dispuesto a descalificar algunos de los autores más respetados: te podrán acusar de ignorante, pero nadie negará que eres exigente.
  2. Si no sabes cómo hablar mal de un libro, usa algunas de estas etiquetas, útiles para toda ocasión: “es muy inverosímil”, “está lleno de lugares comunes”, “los personajes parecen de cartón”, “así no habla un lavacarros”, “yo le quitaría trescientas páginas”, “si lees el primer cuento, ya leíste toda la obra”.
  3. Los libros de superación personal no ofrecen consejos prácticos sobre como sobrellevar el escarnio público de confesar que lees libros de superación personal.
  4. Si refieren una gran obra literaria, nunca confieses que no la has leído; tienes muchas opciones: a) decir que la leíste hace muchos años; b) mencionar que te recuerda a otro autor que sí leíste y cambiar la conversación; c) disculparte porque tienes una cita y ya vas tarde.
  5. Cuando escuches que en una obra es más importante “lo que no se dice”, puedes cerrar el libro con la tranquilidad de que estás eligiendo la mejor parte de la obra.
  6. La expresión “estaba leyendo…” tiene su encanto cuando refieres obras menores; para clásicos como “El Quijote”, “Los miserables” o “La Divina Comedia”, la regla es decir “estaba releyendo”.
  7. La técnica más eficaz para exponer un libro en clase, sin leerlo, es pedirle a un lector que te lo platique y extenderte en los detalles más mínimos con comentarios propios o robados. Asegúrate de que tu asesor no haya usado la misma técnica.
  8. Si te has hecho una reputación de lector, sin leer un solo libro, haz ahorrado muchísimo tiempo; pero si no quieres sufrir la vergüenza de la “culta dama”, al menos invierte tres segundos para leer “El dinosaurio”.
  9. Entre literatos, nunca confieses que eres fan de libros, como Crepúsculo, Ghostgirl, Entrevista con el vampiro, El monje que vendió su Ferrari; no importa lo que digan en el momento, se burlarán a tus espaldas.   a) Si preguntan tu opinión sobre uno de estos títulos, di que lo leíste en Sanborn´s, mientras esperabas a una amiga, y expresa enérgicamente lo contrario a tu opinión real: “es una máquina de bostezos”, “no dice nada que no supiera antes de abrirlo”, “que tonto el que compre una playera de él”.
  10. Si te gusta leer solapas y contraportadas, pero no el contenido de los libros; nunca podrás decirte lector, pero, no todo está perdido, puedes ser un crítico literario.



Decálogo del escritor que entiende a su público


       
  1. Si quieres que te llamen “estilista” o “prestidigitador de la palabra”, usa términos como “inextricable”, “defenestración”, “finisecular”, al menos una vez cada dos líneas; las palabras y expresiones extranjeras, como “fake”, “verbi gratia” “claqué”, “ad hominem”, puedes reservarlas para los párrafos donde no dices nada.
  2. Las personas que se dicen escritores, pero no fuman, son más falsos que los plutócratas que se dicen socialistas (nótese la regla 1 aplicada)
  3. Los buenos escritores siempre hablan mal de otros escritores. Piensa en uno que envidies y lanza públicamente toda clase de injurias y sarcasmos, tanto a su manera de escribir, como a su calvicie, la marca de su pipa o al pasado de su mujer.
  4. Todo se vale en una historia, incluso aburrir miserablemente al lector, siempre y cuando el final sea espectacular: una explosión, un suicidio, una vuelta de tuerca asombrosa, del tipo: todo fue un sueño, los dos personajes eran el mismo o “soy tu padre”.
  5. En las entrevistas, charlas, conferencias, menciona nombres como Baudrillard, Heidegger, Sloterdijk, para impresionar a tu público; si vives en un país europeo, convienen más nombres como Juan José Arreola o Felisberto Hernández; si vives en África, múdate a Europa o Estados Unidos.
  6. No hay nada peor que un escritor firmando autógrafos con su propia pluma, se ve  arrogante y artificial. Lo mejor es mostrarte sorprendido y pedir una prestada.
  7. En las presentaciones de libros, es de muy mal gusto que el autor llegue puntual. El mejor efecto se logra cuando la gente espera y el escritor llega escoltado por sus amigos y mientras se acerca a la mesa saluda, asiente, sonríe.
  8. Si vendes pocos libros, habla mal de los que venden muchos; si vendes muchos, ironiza sobre los que venden pocos; si no has publicado, di que escribes para ti.
  9. No importan tus avances y agudezas en en lo referente a la expresión literaria, sólo te puedes considerar un escritor profesional en el momento que comprendes la máxima de Voltaire: "La única recompensa que puede esperarse del cultivo de la literatura es el desdén si uno fracasa y el odio si uno triunfa".
  10. No hay nada más árido que un libro sin epígrafes. Procura incluir citas de autores muy respetados o poco conocidos, siempre en su lenguaje original, sin importar si lo entiendes o no. Recuerda esta máxima: el lector debe pensar que es más tonto que tú, de eso se trata la literatura.