Vértigo de la nada


                                        
  …es necesario ahondar más allá del rostro para encontrar el vértigo de la nada.
                                                                                                                                     Oskar Kokoshka


P
ara Kokoshka, quien fue compatriota y contemporáneo de Freud, el retrato implica no sólo una representación de la realidad, como en los pintores más académicos, o un pretexto para jugar con contrastes de colores, como a menudo sucede entre los expresionistas de El puente. Sin renunciar a la experimentación formal, Kokoshka orquesta ritmo, armonía, dibujo, composición y color para aprehender un rasgo psicológico particular del personaje y, más aún, para retratar el contexto histórico que rodea a su modelo. Cada retrato de Kokoshka es el retrato de un hombre y de todos. Su amigo y mecenas, Adolf Loos, tuvo que interceder y hasta pagar (más de una vez) cuadros dondeclos retratados se resistían a ver en ellos una reproducción física de sí mismos. A Kokoshka no le importaba la superficie, buscaba una fisonomía psíquica.

Edvard Munch, su precursor, supo también captar tintes invisibles del alma humana en cuadros como Pubertad, El grito o Mujer enferma: rostros ojerosos, miradas vacías, gestos desesperados, labios circunspectos, conforman una galería funeraria donde el trasfondo, como las sombras que acechan a sus personajes, es siempre la muerte. Kokoshka registra también la tristeza, la angustia y la melancolía, pero sus rostros forman parte de un drama que se da en el contexto de la vida y no como una victimización de la muerte. 

Kokoshka, como muchos de los artistas de El jinete azul y El puente, conoció de cerca la primera guerra mundial y no salió incólume de la experiencia. Pintores como Jawlensky y Franz Marc reaccionaron a las penurias de la guerra dándole la espalda en sus cuadros, haciendo de la pintura no un espejo, sino un telescopio hacia un mundo adánico, donde los paisajes se despliegan en colores primarios y los caballos se descomponen felizmente en líneas futuristas; Kokoshka como Dix o Beckman, en cambio, encontraron en la guerra un penoso muestrario de la desespiritualización y no rehusaron plasmarlo en su telas. Cuando Kokoshka toma el motivo de la guerra, lo plasma por medio de  alegorías, cuando no, lo marca sutilmente en los rostros de sus personajes. Los retratos de Kokoshka son una maqueta del hombre de principios del siglo XX: toda la primera guerra mundial está en los trazos nerviosos, diluidos, volcados con violencia y a veces raspados con el palo del pincel, del pintor austriaco; toda la decepción por ver contradicho el ideal de purificarse por medio de la guerra, se siente en la mirada y la expresión corporal de sus personajes.

En la búsqueda de esta sonorización de rasgos invisibles e inefables, su foco, por lo común, son las manos. En la novela Veinticuatro horas en la vida de una mujer, de su coterráneo, Stefan Zweig, aparece una mujer que cuando va a los casinos le gusta observar a las personas, pero su mirada, como en una sinécdoque cinematográfica, se focaliza sólo en las manos. Razona que mientras los jugadores cuidan mucho que su rostro no revele su humor, las manos quedan desnudas y muestran al individuo tal como es. Kokoshka comparte la misma intuición psicológica, y puede verse en muchos de sus cuadros más famosos como La tempestad, Retrato de Nancy Cunard, Retrato de Adolf Loos.

El lenguaje formal de Kokoshka es uno de los más prolíficos del siglo XX. Como Egon Schiele y Gustav Klimt, fue un dibujante excepcional, pero ese fue sólo uno de sus múltiples recursos. En Klimt los ricos arabescos de estilo Art Nouveau dominan en gran medida sus composiciones; en Schiele, los valores de la línea y sus trazos epilépticos ensalzan el dibujo hasta el punto de casi prescindir del color. Kokoshka en cambio, domina el dibujo, pero no renuncia a las posibilidades expresivas de la pintura. Sus compatriotas, al prescindir de ciertos elementos formales, se concentran en un punto focal; Kokoshka despliega todas las posibilidades de su arte para violentar los sentidos: esgrafiado, frotis, raspaduras, trazos aguarrasados con impastos, aplicación a la prima, húmedo sobre seco, seco sobre seco, contornos escarlata en medio de una figura sombría, veladuras humeantes para crear atmósfera dentro y fuera de la figura, disonancias brutales entre colores compuestos y franjas de colores primarios. 

Las pinturas de Kokoshka son un concierto atonal, un caos  inapresable a primera vista, son los metales de Wagner, y el ritmo feroz de La consagración de la primavera, son El extranjero de Camus y el Taxi driver de Scorsese, son las trincheras, la cámara de gases, la lucha por el poder, la desesperación del oprimido, la angustia del hombre moderno y el absurdo de «ser para la muerte», pero también son una belleza extraña, una sensualidad atípica y un  rapto a los sentidos; una combinación de fealdad y belleza, de ritmo, fuerza y movimiento, un frágil equilibrio en medio de una tempestad y un vértigo de la nada.    

             

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