Ponencia en la Universidad de Oxford



Ciencia y fantasía desde la perspectiva de un narrador mexicano posmoderno

Quiero platicar de ciencia y literatura desde un enfoque intuitivo, desde mi perspectiva de escritor sin credencial de ningún ismo. Les propongo una breve exposición, un tanto lírica, sin bibliografía ni citas al pie de página, una modesta conversación entre amantes de la ciencia y la literatura. Quiero compartirles mis hallazgos como autor en éste, mi primer libro, Manuscrito hallado en un manuscrito, pues me parece que se relaciona con el tema que hoy felizmente nos convoca.
La obra inicia con un epígrafe de Emile Cioran que dice “Imaginar únicamente cosas que nos gustaría rumiar en una tumba”. Elegí esa frase porque me parece ilustra el origen de estos cuentos, ya que la única razón para escribirlos, fue ayudarme a explorar los temas, las ideas, las paradojas que más me apasionan: las de la ciencia el arte y la filosofía.

Un catálogo de la imaginación
La ciencia es para mí, como dijo Borges de la teología, una rama de la literatura fantástica. Piensen en esto: seres tan pequeños que no son visibles para el ojo humano, instancias psíquicas que esconden otros yoes detrás de la conciencia; portales que comunican dos regiones del universo distanciadas por millones de años luz, cuerdas que componen toda la materia, según la melodía que se les imponga, gatos a la vez vivos y muertos, orificios con tal poder digestivo que pueden tragarse galaxias, conjuntos de células capaces de entenderse a sí mismas, horizontes donde el tiempo transcurre tan lento que si alguien pudiera habitarlo un mes, al regresar a la tierra habrían pasado 800 años.
He seguido la historia de los hombres de ciencia, desde Euclides hasta Gödel, con una emoción comparable a la que me produce la literatura fantástica. He leído y disfrutado a los hombres de ciencia con el mismo placer que a Borges, Julio Cortázar, Ítalo Calvino y Juan José Arreola; tengo a Albert Einstein por uno de los personajes más extraordinarios, al lado de Alonso Quijano, Raskolnikov, Macbeth. Su vida me parece una trama originalísima: Su trabajo en la fábrica de patentes, su afición al violín, los tres geniales artículos que publicó a los veintiséis años, su controvertida visión del tiempo y espacio, su triunfo espectacular sobre los escépticos con el eclipse solar de 1919, su sentido del humor, sus frases, sus anécdotas, sus disputas y derrotas consecutivas contra el nuevo orden instaurado por la escuela de Copenhague y sus caídas quijotescas contra las aspas del molino cuántico.
Me gusta mucho esa frase de Voltaire que dice “There was far more imagination in the head of Archimedes than in that of Homer”, pues rescata para la ciencia una cualidad que suele atribuirse a los artistas. No podría afirmar que Einstein y Newton tenían más imaginación que Bocaccio y Jonathan Swift, pero estoy convencido que en un principio, artistas y científicos proceden de la misma manera, ambos imaginan, descubren, inventan.
En mi caso, les confieso algo: no sé hasta que punto he comprendido los tópicos que van de la termodinámica, a la teoría de cuerdas, de los fractales, a las geometrías euclidianas, sospecho que poco, pues a veces me emociona de tal manera un concepto que la fuerza gravitatoria de mi imaginación empieza a curvarlo hacia la región del arte, se va volviendo un historia. Soy un explorador lúdico, un esteta agnóstico. Me importa menos la verificabilidad que la belleza. No juzgo los paradigmas de la realidad por su rigor o su lógica sino por su esplendor y encanto, por la fascinación que me produce concebir la idea en turno, es por eso que en mi cosmovisión personal es como un plano de Argand donde conviven lo posible y lo cierto, lo comprobable y lo fantástico: ideas del hinduismo, al lado de la cibernética, la filosofía, la literatura fantástica, simultáneos, como en esas superposiciones cuánticas, cohabitan teoría y mito, realidad y ficción, ciencia y literatura.

La religión posmoderna
En mi cuento “Scheherazada y la Inteligencia artificial”, retomo el tema de la biblioteca total. Es un cuento disfrazado de artículo periodístico que trata de un software capaz de crear literatura en base a unos pocos cuadros de diálogo, donde el usuario configura sus gustos generales para dar forma a tramas interminables, encadenadas entre sí a manera de muñeca rusa para mantener suspenso al lector durante una cantidad indefinida de noches. El software se llama Sherazad 1.001, celebrando la numeración binaria y la compilación de cuentos árabes. Inicia con un breve recuento de la IA, se mencionan “la Biblioteca de Babel” de Borges y la “Biblioteca Total” de Kurd Laswwitz, se habla de dos softwares, uno ruso y otro mexicano, que han podido crear un cuento y una novela respectivamente, a partir de cierta programación.
Los cuentos creados por los softwares, Mexica y Pc writer, son muy rígidos y limitados; las bibliotecas totales de Borges y Lasswitz tienen infinidad de libros aberrantes por cada uno donde se articula una palabra inteligible en cualquiera de los idiomas terrestres. Los programadores de Sherazad 1.001 entienden que la dificultad de una Biblioteca total es contener tanta información, así que en base a algoritmos secretos consiguen que su programa sólo articule combinaciones armoniosas, con cierto sentido, cierta lógica, incluso cierta ilógica, enmarcada en lo que su grupo de expertos considera, puede ser literario.

“(…) los lectores podríamos acceder a las obras que Shakespeare jamás escribió, pero pudo haber escrito; a las nuevas erratas de Cervantes y los nuevos gags de Bernard Shaw; a un Papini virtual que volvería convertido al budismo; a un repertorio tan estirado de Las mil y una noches que ya nadie querría saber nada de emires, efrits y lámparas maravillosas; Bukowski regresaría con otras aventuras, Cortázar inventaría una nueva camada de bichos abstractos y Lewis Carroll podría adaptar el teorema de Gödel a sus nuevas creaciones matemático-literarias”. 

La verosimilitud está dada por el formato periodístico de la historia, las citas de los libros, los softwares ruso y mexicano, que de hecho sí existen, las entrevistas con expertos, las encuestas con estudiantes de literatura que dan al software el triunfo sobre el famoso “test de Turing”, las protestas de algunos bestseller como Dan Brown y J.K. Rolling para evitar ese atropello a la sensibilidad humana, y las teorías de la conspiración que ven en ese invento horrible una amenaza al orden mundial, pero, como habrán advertido, el argumento de cómo es posible una biblioteca tan vasta, descansa sobre el mismo concepto que dio origen a la física moderna, el hallazgo de Planck, la idea de que la energía no emite radiación de manera continua, sino en paquetes discretos. En el caso de la biblioteca, cada combinación con sentido es un cuanto, mientras que todas las combinaciones aberrantes no forman parte del corpus del programa.
            Cuando leí esta historia en un taller literario, aun advirtiendo que se trataba de un cuento, los asistentes se quedaron callados, una de ellas, con un viso de preocupación, preguntó si el software era real, los demás ni se rieron ni se aventuraron a corregirla. Con este cuento, pude probar que la frontera entre lo verdadero y lo verosímil, es muy delicada, y el mundo de la ciencia, su método, su difusión, sus formas, ha permitido una agradable convivencia entre la realidad y la fantasía.
He notado que el hombre corriente no toma muy en serio la fantasía, la ve como simple entretenimiento. Se repite el estribillo de que la realidad supera a la ficción. Un drama fílmico o una novela se valoran más si contiene la leyenda de que está basada en “hechos reales”. Esto exige al escritor historias verosímiles, y en este sentido la ciencia ha jugado a favor de la fantasía. Hasta a los más escépticos se les ve flaquear cuando la ciencia afirma algo, por descabellado que suene, pues tantas veces, el conociendo inductivo a traspasado las fronteras de lo que llamamos sentido común, que el paradigma de la realidad, no sólo va cambiando entre la comunidad científica, sino en el ciudadano promedio. Las ondas hertzianas, los rayos infrarrojos y ultravioleta, el sonar de murciélagos y delfines, la doble hélice del ADN, las explosiones de estrellas supernovas, son acontecimientos tan ajenos a la experiencia corriente, que si no fuera porque la ciencia ha puesto en ellos su membrete, nadie las creería. Gracias el éxito de la ciencia en ámbitos tan variados como la medicina, la biología, la física, las matemáticas, sus índices de aceptación compiten muy seriamente con los de la religión y hasta con Los Beatles.
Si bien hay infinidad de fenómenos que podemos comprobar por nosotros mismos, hay muchas otras que sólo aceptamos, como un acto de fe. Yo creo en la gravedad por la inercia que me encadena al piso como a un grillete, y porque sé que si suelto este micrófono, me lo van a cobrar al final del evento; pero no tengo esa certeza con la relatividad o la mecánica cuántica. No puedo recoger uno de los fotones que iluminan esta sala para probarme que la luz es una partícula, ni puedo andar a la velocidad de la luz para desacelerar el tiempo y disfrutar algunos días de mi estancia en Inglaterra, y no obstante, creo ciegamente en la relatividad y en la naturaleza dual de la luz. Si toda la física moderna fuera un complot mundial, un invento de eruditos para divertirse o para ocultar otra realidad, o para instaurar una religión universal, ni yo, ni todos los que no tenemos licencia para conducir naves espaciales o disparar pistolas de neutrones, estaríamos en posición de elucidarlo.
Estamos pues, ante una visión que ha penetrado las estructuras más reacias de lo que consideramos lógico y posible. La ciencia es la religión posmoderna por antonomasia. Parafraseando a Dostoievski, yo diría que “Si la relatividad existe, absolutamente todo es posible”.

El universo en lenguaje de máquina
Un tipo X va a bordo de un tren cavilando acerca de que quizá, alguien, digamos la persona Y, está pensando lo mismo que él. Esa persona podría ir en el vagón contiguo, o está sentada a un lado de él, pero como el pensamiento es inaudible, ninguno de los dos se enterará jamás. X trama una estratagema para, sin exponerse a una vergüenza, descubrir si existe esa persona Y, y si va en el mismo tren. Si coincidieran en una acción trivial, podría juzgarse una coincidencia; no así si fuera un ejercicio muy arbitrario, como sacar un cuaderno, trazar un plano cartesiano, y sobre el cuadrante superior derecho, estampar el caracter pi. Si alguien más lo hiciera, no cabría duda de que, aun el pensamiento con toda su infinita cantidad de variables, puede entonarse en la misma frecuencia. Sigue especulando, sin hacer nada hasta llegar a la estación que esperaba y cuando parece que todo quedará en una divagación ociosa, los pasajeros voltean a ver la hora,

Unos en su reloj de bolsillo, otros en el celular, otros en la pantalla electrónica del vagón. Quienes traen bolsa, mochila o algún otro objeto lo toman con la mano derecha, el resto se agarra el cabello con la mano izquierda. Todos se ponen de pie al mismo tiempo. Caminan hacia la puerta de salida, cada quien a su destino. Nadie se da cuenta que, por un instante, visto desde una perspectiva aérea, el espaciado entre una persona y otra, el color de su vestimenta y sus diferencias de estatura, forman el bajorrelieve de una grafía que, unida a las de otras estacio­nes, articulan la palabra esencial, el sueño del cabalista, el nombre, la cifra, el inicio, el fin.

El relato que he referido se llama “Dados y cuerdas”. Es una historia cuya arquitectura invisible son algunas ideas científicas, arbitrariamente ajustadas para la invención literaria, pero que, a diferencia de la ciencia ficción, jamás se mencionan de manera explícita.
En la ciencia ficción hay especialistas que hacen de los conceptos científicos la firme arquitectura de sus historias, para dar verosimilitud a tramas ocurridas en el año 3000, en el fondo de la tierra o de un hoyo negro, en un universo paralelo; escritores como Jules Verne, Isaac Asimov, Philip K. Dick. Mi propuesta está más del lado de la literatura fantástica, y la ciencia es parte de la ingeniería interna, los nanotubos de la narración. En la parte hay una representación hasta cierto punto realista, que al final se trueca fantástica, pero el concepto científico que sostiene la idea general no está sino en la esencia, en los unos y ceros debajo del teatro literario.
Les cuento cómo lo concebí. Alguna vez leí acerca de una teoría donde cada una de las partículas que componen el universo, son diminutas cuerdas, cien millones de billones más pequeñas que el núcleo de un átomo, y que todas son iguales, la diferencia es la manera en que vibran, como la cuerda de una guitarra puede vibrar en distintas frecuencias, según el traste que se pise, para producir distintos semitonos. La idea me emocionó tanto que, como siempre me sucede en estos casos, cerré el libro físico, donde ya todo estaba escrito, para abrir el de la imaginación, donde todo está por escribirse. Curiosamente, una joven que iba sentada en uno de los asientos contrarios, también cerró su libro. Esta coincidencia me sugirió el argumento del relato. ¿Si todo lo que entendemos por existencia son las vibraciones de una cuerda ontológica, no podría ser que algunas veces entonara la misma melodía?
Esto sucede en el relato, y varios de los personajes lo sospechan, aunque, curiosamente, nadie se da cuenta, salvo nosotros, desde nuestra posición privilegiada de lectores, mas si se lee como yo desearía, el lector también debería sospechar que quizá él y otro lector están leyendo o pensando lo mismo, y entonces, el plano de la ficción estaría incursionando en la realidad, la fantasía estaría perturbando ese interruptor que nos dice que sí es posible y que no, para, al menos, vacilar. Lograr esto sería mi mayor satisfacción como escritor, y para esto me he valido de las ideas que más me entusiasman, como son las científicas y las filosóficas: la conciencia, la incertidumbre, los algoritmos, los sueños, el genio, la otredad, los fractales, la locura, las cuerdas, el caos, el tipo de ideas que yo podría rumiar gustoso en una tumba, durante un tiempo infinito o transfinito, hasta que todo termine, ya sea con el Apocalipsis o el Big Crunch.


Manuel Fons
Oxford, 2010

4 comentarios:

  1. Querido Manuel:
    La conferencia está de puta madre. Muchas felicidades. Me alegro hayas podido finalmente compartirla con tus amigos y lectores.
    Se me antoja pasarles tu libro a mis alumnos de taller. (Imparto un taller de Escritura Creativa en Sevilla). ¿Crees que eso sería posible? ¿Cómo lo negociamos? Alguno de tus cuentos nos puede ayudar a entender las formas del cuento "posmo", del cuento como se escribe hoy, al menos, en México: al norte: por un chico loco del coco con ideas geniales.
    Abrazos y felices fiestas.
    Israel.

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  2. Estimado Israel, me alegra mucho que te haya gustado.

    Con todo gusto les podría mandar varios ejemplares. ¿Cuántos alumnos tienes? Si son varios les saldría muy barato pagar la paquetería, y les pueso mandar tantos ejemplares como gusten. Deberías ser mi agente literario en España, jaja, ¿de cuánto son tus honorarios?

    Creo que te la estás pasando de lujo, dando taller y estudiando literatura creativa. Es justo lo que yo quiero hacer. No dejes de platicarme como ha estado las clases.

    Un abrazo.

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  3. Hola Fons, comentando el último párrafo de tu ponencia, claro que lo logras, justo ayer leí ese mismo cuento y al momento que daba lectura sentía que en el departamento contiguo estaba otro yo haciendo lo mismo.

    Saludos, Samuel Aroche.

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  4. Me da mucho gusto, Aroche, que te haya pasado, se nota que compartimos esa sensibilidad literaria. Hay que tener las antenas sintonizadas en cierta frecuencia para percibir los milagros que ocurren en todo momento.

    Saludos!

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