Tercera ley de óptica

Desde el primer instante que la vio, a cincuenta metros de distancia, supo que esa era la mujer de su vida; a la mitad del camino juzgó que un noviazgo pasajero sería suficiente; quince metros después ya sólo quería un acostón y con las luces apagadas; pero al llegar a tres pasos de ella, desvió su camino con el rostro desfigurado del asco, y optó por volver al punto inicial.

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