Los adultos son muy extraños, muy pocas veces se
dan cuenta de las cosas importantes porque se la pasan haciéndose los serios,
trabajando, acumulando objetos, realizando cuentas de muchas cifras, y cuando
se quieren lucir diciendo que vieron una película o leyeron un libro, eligen la
película más aburrida o el libro con más páginas, para que los demás piensen
que son muy listos. Los adultos son como los actores: no hacen para ellos, sino
para el público.
Por eso se me hacía muy raro que
les gustara, El principito: un libro donde
no hay esas palabras largas y raras, como de diccionario, y no es gordo ni
pesado como los que tantos les gustan, ni tiene todas esas letras chiquitas,
apretadas una detrás de otras como baobabs que crecen y se extienden de la
primera a la última página, sin espacios para descansar, ni dibujos para
colorear. De vez en cuando los adultos, por casualidad o por un chispazo de
inteligencia, se divierten como niños.
El principito es un libro que escribió un francés llamado, Antoine
de Saint-Exupéry, que cuenta la historia de un piloto aviador, perdido en el
desierto del Sahara, y un joven de cabello rubio, que viene de otro planeta: el
asteroide B 612, apenas más grande que una casa. El principito le cuenta de los
seis planetas que conoció antes de llegar a la tierra, en cada uno hay un
adulto que se esfuerza por un proyecto ridículo, o lo domina una ridícula
obsesión: un borracho que bebe para olvidar la vergüenza de que es un borracho,
un rey de un planeta donde no hay nadie a quien gobernar, un geógrafo que es un
experto en un planeta del que no conoce sino los mapas, un hombre de negocios,
muy serio, que se dedica a contar estrellas con la pretensión de que son suyas
por ser el primero en contarlas.
En el planeta tierra conoce a mi
personaje preferido, que es un zorro, con orejas muy largas, como cuernos. A mí
me parece un animal muy gracioso porque lo único que llama su atención de los
humanos es que crían gallinas, y cuando el principito le cuenta de su planeta y
le dice que no hay cazadores, por primera vez en su rápido encuentro, el zorro
dice, “¡eso sí que es interesante!”… luego se desanima cuando sabe que tampoco
hay gallinas. También se me hace tierno cuando explica la palabra “domesticar”:
“Para ti no soy más que un zorro parecido a cien mil zorros. Pero si me
domesticas, nos necesitaremos el uno al otro. Serás para mí único en el mundo.
Seré para ti único en el mundo”.
Yo no entiendo mucho del mundo
de los grandes, pero sí sé que, por lo regular, las cosas de niños son para los
niños y las de los adultos, para los adultos. Tengo un tío que tiene muchos
años y sólo lee libros que hayan ganado premios o que aparezcan en un listado,
dice que los demás no tienen chiste. Un día le pregunte quién leería los libros
nuevos y me respondió que nadie. Es muy aburrido tener que explicarle todo a
los grandes, algunos sólo podrían disfrutar de un caramelo si está envuelto en
papel celofán, prefieren el brillo que el sabor.
Yo, igual que el principito,
nunca me quedó con ninguna pregunta, y de pronto me dio curiosidad saber por qué
a tanta gente le gusta ese libro, pero parece que nadie entendió nada, o que
todos entendieron algo distinto: mis amigos dijeron que les gustaba El principito, porque el protagonista
es un niño, y porque está lleno de situaciones divertidas, tiene letras grandes
y dibujitos; los adultos me dijeron que lo bueno están en que cada personaje
esconde una crítica al mundo de los grandes y algunas frases como estas, significan
muchas cosas: “a nosotros que comprendemos la vida, los números nos importan un
comino”, “tendré que aguantar dos o tres orugas si quiero conocer las
mariposas”, “si consigues juzgarte bien, es que eres un verdadero sabio”; un
maestro, al que le gustan los números y las listas, dice que es un gran libro porque
es la obra en francés más leída y traducida, y porque ha vendido más de 140
millones de copias, y porque esa historia la han contado en teatro, en cine, en
caricaturas, en óperas. Si quieren saber la verdad, me recordó al borracho que
sale en el libro.
No sé si ya lo había dicho, pero
yo casi nunca me guardo ninguna pregunta y, como nadie pudo responderme, se me
ocurrió abrir el libro y preguntarle a mi personaje preferido, entonces
apareció el zorro con sus orejas largas como cuernos y me reveló este secreto,
que se los voy a contar como él me lo dijo, en voz bajita, pero, por favor, no
se lo digan a nadie, porque me da pena: “sólo se ve bien con el corazón, lo esencial
es invisible a los ojos”. Entonces pensé que todavía hay mucha gente que puede
ver de esa manera y esa respuesta sí me gustó, y me quedé a gusto, y ya no le
pregunté a nadie más.
Nota publicada en la edición 744
del suplemento cultural O2 de La gaceta, udG
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