A
muchas personas nos fascina el inicio de una leyenda, tanto en el mundo de la
ciencia, como en la filosofía, la pintura, la música; quizá porque es el punto
de cruce entre el anonimato y el reconocimiento, la frontera entre el olvido y
la memoria. En ese sentido recuerdo a Picasso, siendo un niño al que su padre
le encargó pintar unas uvas y, según se cuenta, creo unas frutas tan perfectas
que su padre, abrumado, no volvió a levantar un pincel; recuerdo también a
Charles Bukowski, un cartero alcohólico que antes de sus 49 años, nadie sabía que era un excelente escritor,
hasta que el editor John Martin los publicó en Black Sparrow Press; y pienso
también en Los Beatles, soterrados en una “caverna” sudorosa de Liverpool,
hasta el día que el productor George Martin los sacó para llevarlos a los
estudios Abbey Road a grabar su primer disco.
Este 2013 se conmemoran 50 años de Please please me, el álbum debut de la
que ha sido considerada la banda más importante del siglo veinte. El álbum fue
grabado en tres sesiones de tres horas, en un mismo día. La producción costó
400 libras, una cifra irrisoria comparada con los 75,000 dólares que costó el Sargent Pepper, apenas cuatro años
después. En sólo doce horas, quedaron registrados los primeros sonidos de la
banda que interpretaría el soundrack
de los años sesenta y que, aun hoy, a medio siglo de distancia, sigue sonando
en todas las bocinas del planeta, en los idiomas más variados, reinterpretadas
con ritmos de jazz, salsa, bossa nova, tango, música culta.
El disco ganó adeptos muy rápido. El 11
de mayo de 1963 alcanzó el número uno en el Reino Unido, y así se mantuvo
durante 30 semanas hasta ser desbancado por los propios Beatles, con la
aparición de su segundo álbum With The
Beatles. La prestigiada revista Rolling
Stone situó al Please Please me
como uno de los mejores 500 discos de todos los tiempos.
Ese sería sólo el inicio de una
impresionante escalada hasta cimas desconocidas para cualquier otra agrupación.
En sólo ocho años, a partir de ese momento, ese cuarteto de jóvenes desaliñados
confeccionaría su leyenda. Del año 63 que iniciaron en la industria musical, al
70, cuando anunciaron su desintegración, pasaría de todo: surgiría la
beatlemania; McCartney compondría “Yesterday”, la canción más reinterpretada de
todos los tiempos y lideraría el Sargent
Pepper, primer disco conceptual de la historia; Lennon introduciría
mensajes subliminales en “Revolution 9” e incendiaría la opinión pública al
declarar que para algunas personas, Los Beatles eran más famosos que Jesús;
George Harrison iniciaría el mestizaje de los exóticos timbres hindúes con las
estridencias del rock.
Poco antes de ese primer disco, Please please me, cuando abarrotaban el
Cavern Club de Liverpool y los bares de Hamburgo, el sueño de ese cuarteto de
jóvenes provincianos era grabar un disco; unos meses después, ya eran más
famosos que Elvis Presley. La mayoría de ellos no tenía treinta años, cuando ya
habían revolucionado la música popular, se habían hecho millonarios y habían
conocido más fama y más éxito que ningún otro artista.
Algunas personas mayores dicen que
conocieron a Los Beatles por sus padres, y describen con emoción los gruesos
discos de vinilo que ponían sobre un tornamesa para que reprodujera,
contrapunteados con los rasgueos polvorientos de la aguja, la armónica de “Love
Me Do” y los gritos aguardentosos de John Lennon en “Twist and Shout”. Yo he
contado mi amistad con los Beatles a partir de casettes y discos compactos, y es de esperarse que cuando los
adolescentes de hoy sean abuelos, hablarán de cómo escuchaban al cuarteto de
Liverpool en un vetusto aparato llamado Ipod.
Las tecnologías para la reproducción
del sonido mutarán, las buenas bandas medianas y malas llegarán y se irán, el
mundo podrá ver carros voladores, deportistas robots, clonaciones humanas, softwares que creen novelas automáticas,
chips integrados al sistema nervioso, pero, como Bach, Beethoven, Mozart, es
muy probable que entonces sigan sonando las canciones de ese cuarteto que,
hasta las primera horas del 22 de marzo de 1963, sólo eran cuatro críos de
Liverpool, enfundados en pantalones de cuero que soñaban con grabar un
disco.
Nota publicada en la edición 750
del suplemento cultural O2 de la Gaceta UdG
Excelente narrativa Fons, sobre todo tratándose de los Beatles. ¡Saludos!
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